Un año que acaba, un año que transforma
El 28 de diciembre de 2023, la vida me llevó a un lugar para el que no estaba preparada, un lugar que no desearía a nadie. Hasta ese momento, cada vez que llegaba a casa, sentía que volvía a ser un poco la niña de siempre. Mis padres estaban allí, brindándome esa seguridad inquebrantable, ese calor que te envuelve y te hace sentir que todo está en orden. La despensa llena, la casa limpia, todo en su sitio. Yo seguía siendo espectadora de un juego en el que ellos eran los protagonistas, los pilares. Pero aquel día, en urgencias, todo cambió.
Aún lo recuerdo con claridad. Cuando nos llamaron para entrar, un doctor, con una mirada compasiva pero firme, me dijo: “la cosa está muy fea, no hay vuelta atrás”. Luego llamó a una compañera para suavizar el mensaje, pero las palabras ya habían marcado mi alma. Días después, cuando pareció que las cosas mejoraban, nos dijeron que no había más vida. Era el comienzo de un 2024 desafiante, un año que sería el más difícil de mi vida.
Este año me ha roto en mil pedazos, sacudiendo los cimientos de todo lo que conocía. Me ha mostrado una cara de la vida para la que no estaba preparada, y aunque creía que lo estaba, hay días en los que me cuesta aceptar lo que ha sucedido. A veces, siento que no quiero aceptar.
Si hoy pudiera escribirle a los Reyes Magos, solo les pediría un poco más de tiempo con ella. La necesito aquí, con nosotros. Quiero compartir más conversaciones, más sueños, más risas. Quiero llegar a casa y saber que está, poder besarla, llamarla y contarle cómo nos va, cómo están los niños. La quiero aquí.
Hoy te escribo a ti, que quizá también estás atravesando algo similar. Te entiendo. Entiendo ese dolor profundo que a veces parece no tener fin. Esta Navidad es distinta. Me río, soy feliz, estoy bien, pero también me permito sentir esta ausencia, este anhelo de tenerla un poco más de tiempo.
Quizá todo lo que no he llorado en este tiempo se desborda hoy. Quizá, al escribir estas líneas, me permito abrazar mi vulnerabilidad, aceptar que este camino duele, que pincha y pincha duro. Sin embargo, también abrazo cada instante. Sé que todo ha sucedido por un bien mayor, aunque a veces me cueste entenderlo. Son muchos los regalos que he recibido en este proceso, regalos que aún no alcanzo a comprender del todo.
Sigo caminando, y cada día busco la luz, porque sé que ella emana de mí. Sé que, de algún modo, ella está aquí, aunque a veces mi corazón se resista a conectarlo. Ella está presente en cada rayo de sol, en cada sonrisa, en cada recuerdo que guardo como un tesoro.
Hoy, mientras cierro este año, elijo honrar su memoria, su amor, su presencia. Elijo abrazar mi humanidad, con mis lágrimas, con mi risa, con todo lo que soy. Porque, a pesar del dolor, sigo aquí, caminando, viviendo, amando.
Si tú también estás viviendo algo parecido, quiero decirte que no estás solo. Llora si necesitas llorar. Ríe cuando puedas reír. Y nunca olvides que, incluso en los momentos más oscuros, la luz está dentro de ti. Caminemos juntos, abrazando el amor, el dolor y todo lo que nos hace humanos.
Porque, al final, siempre hay un nuevo amanecer esperando recordarnos que incluso en la noche más oscura, la esperanza sigue brillando.
Isabel María, mi carta a los Reyes Magos.